30 de marzo de 2012

Persiguiendo a Amy. 30.-Leonardo

-Eso no estaría bien. A lo mejor lo está pasando peor que vos cuando llegasteis, ¿no os parece? Vamos, no paguéis vuestro enfado con ella. No está bien pegar a los criados, mi dulce niña, ni siquiera yo era... soy tan cruel.

Era bastante cierto. En su época de fingido noble había azotado a un par de ellos, pero se lo merecían. Los habría azotado igual si los hubiera encontrado una noche de taberna... De hecho, en una taberna habría sido menos misericorde...

La dama lo miraba enfurecida. No llevaba bien sus reproches y menos aún que la hubiera llamado niña, pero él no se dio por aludido y le sonrió. Se atrevió, incluso, a sujetarla del brazo y acercarse aún más a ella.

-Vamos, no os enfadéis... Claro que me fio de vos y que aprecio vuestra compañía. ¿No veis que podía haber solicitado ya hoy el pago a nuestros servicios? -La última frase la volvió a susurrar. Lo cierto era que no se le había ocurrido hasta ese momento. A veces se le pasaban las cosas más importantes. Lázaro seguro que no se lo tomaría a bien... Así que mejor si no se enteraba... Mejor si no se enteraban los demás. -Vamos, no soporto ver a una mujer así enfadada.

Mentía. En realidad le encantaba hacerlas rabiar. Antes de tener que dejar atrás al joven italiano, a veces apostaba con él y Salvatore a ver quién era capaz de enojar más a una dama en menos tiempo.

Sujetó a María por la cintura y la miró a los ojos. Teniéndola así, en sus manos, vino a su mente una canción que su hermana había aprendido de Salvatore y que cantaba muy a menudo. No porque María fuera una dama con la D mayúscula o porque fuera condenadamente ingenua...

A su mente más bien acudían los últimos versos, ese "Judas, bésame una vez más, mientras tengas aliento y vida, hasta la recompensa". Dulce recompensa le auguraban esos ojos verdes que ahora no se despegaban de los suyos.

Tal vez sí le correspondiese a él besarla. A fin de cuentas él era Judas, era el traidor... Se inclinó y la besó, despacio, dulcemente. Un beso casto y amable sobre la frente de la joven. Que sufriera. Que lo deseara. Quería que fuera ella quien lo desencadenara...

-¿Más tranquila, mi niña? Vamos a buscar a esa sirvienta vuestra para que os acompañe a casa antes de que oscurezca del todo. Y ya de paso... -se giró hacia los otros dos hombres -¿buscamos a Servando, caballeros, o nos arriesgamos a la amonestación del padre Lázaro?

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