9 de marzo de 2012

Persiguiendo a Amy. 21.-Servando

Lo único que podía escuchar era el sonido de cinco dados de hueso golpearse entre sí dentro de un cubilete y el dulce, dulce deslizar de los naipes contra el tablero de la mesa, aunque estuviera todo en su cabeza. Le había vuelto el dichoso tembleque, necesitaba una copa de vino para templar los nervios. Desde que dejó la mar tenía esos repentinos tiriteos, él los llamaba "el mal de tierra". Rebuscó con el pulso alterado en el bolsillo del chaleco hasta encontrarse un pañuelo mugriento que se aplicó en la ancha calva hasta dejarla seca de sudor por completo.

Echaba de menos el mar, pensó mientras veía el oleaje en su ancha jarra de tinto. El salitre en los ojos, la madera llorando y crujiendo, las velas aullando al ser acariciadas por el viento, los berridos cuando se lanzaban al abordaje, los latigazos del contramaestre, el escorbuto, dejarse las rodillas fregando la cubierta... Vació la primera jarra y consiguió que le pusieran otra a cuenta de Leo, él reservaba su oro para otros menesteres más azarosos, estaba seguro que hoy era su noche de suerte. Se armó de valor y se acercó con pasos vacilantes a la mesa de la esquina. Dos pares de cabezas cubiertas por pelo sucio le miraron como hubieran mirado a un perro sarnoso que se colara en la taberna.

-Busco algo de diversión- articuló casi sin despegar los labios, dándose unas palmaditas en la faltriquera

-¿Tenemos pintas de jineteras, forastero?- escupió uno de los parroquianos sacándose un palillo de entre los dientes. Los otros tres graznaron al unísono riéndole la broma. -Id a la esquina y pregunta por vuestra madre

Servando torció el gesto y paseó el pulgar sobre el cinturón hasta llegar a la cincha de cuero de la que colgaba la colosal maza que usaba como arma. Les sacaba cabeza y media y cuatro arrobas a cada uno, no tenía ni para desayunarse con aquellos petimetres. Claro que con los sesos en un bote no podría desplumarlos a los dados, y era su noche de suerte. Y claro, el problemilla de tener a Lázaro colgado del hombro soltando cosas sobre no llamar la atención, evitar ir a la cárcel y demás zarandajas. Quitó la mano del mango del arma y la llevó hasta la bolsa de monedas, agitándola para que sonase.

-No ese tipo de diversión, truenos y tifones, hablo de enredarme en los brazos de la diosa Fortuna, plantarme frente al azar y vencerlo en justa batalla- se intentó explicar atusándose el tupido bigote

Los ojos ratoniles del líder de los parroquianos brillaron codiciosos al encontrarse a un gigante calvo aficionado a la retórica ardiendo en deseos de pagar sus vicios.

-No reconozco ese acento. ¿De dónde viene, Micer?- preguntó mientras se levantaba de la silla -Os he visto entrar con ese grupo, pero no parecen ninguno de por aquí...

-Malta, pero no vengo de ahí. Tampoco creo que os tenga que contar mis viajes para que rodemos unos dados sobre la mesa, ¿verdad?

-Por supuesto que no, Micer, ¿tendréis la bondad de acompañar a mis amigos a un sitio más íntimo?

No era buena idea, alejarse del grupo a jugar con unos extraños. Leo le habría agarrado de la manga y le habría sentado a su vera toda la noche y Sal se hubiera encogido de hombros y le habría preguntado si había chicas en la partida. Pero ambos andaban ocupados. Servando asintió y se puso detrás del hombre ratón, no podía dejar escapar su noche de suerte.

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(El gran Servando corre al cargo del aún mayor Yimi -o James, o Jaime, o Jas, o Manu o...-)

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