30 de marzo de 2010

Huye!!!

Ayer por la tarde, dado que estoy de "niñera" en casa, me jugué de nuevo (casi entero) el Runaway.
Como yo no soy quien hace los análisis, y dado que es la tercera vez que lo juego, no necesitais que os diga que me gusta...

Pero sí que hay algo que os voy a decir que me encanta, y que os voy a dar a probar: el tema principal.
(A ver si lo he hecho bien y no la he liado como siempre...)
Os copio-pego la letra, que la he encontrado por ahí (que eso sé hacerlo bien...)

RUNAWAY - Liquor

Oh dear you don't know where you´re really going
into a black hole New York City
They're behind you, they're everywhere
You still don't even realize

A long story's gonna start
Your life is gonna change with her
Take everything you will find
Take everything and happy go on

Runaway and do it on your own
Runaway while you can
Try to show everything you know
Try to show everything you know

Runaway while you can
Runaway while she's with you
Try to show everything you know
Try to show everything you know

27 de marzo de 2010

Ataque de risa

Como no tenía qué hacer, se puso a ojear los libros de su padre. La mayoría eran demasiado serios, así que los ignoró, hasta que llegó a uno de chistes. A su padre le encantaban los chistes, pero él los encontraba absurdos. Estuvo pasando las hojas hasta que, de pronto, se quedó inmóvil.


"Dos vampiros se encuentran en la copa de un árbol. Como uno de ellos tiene la boca llena de sangre, el otro le pregunta, sorprendido:
-Oye, ¿y tú dónde conseguiste esa sangre?
-¿Ves ese muro?
-Sí
-Pues yo no lo vi."

Neme sufrió tal ataque de risa que se le cayó el libro al suelo. ¡Nadie le había dicho que había chistes de vampiros! Poco tardó en reunirse con el niño sobre el embaldosado a los pies del sillón, y allí pasó los siguientes diez minutos, riéndose y secándose las lágrimas con el dorso de la mano.
El resto de la noche la pasó buscando, infructuosamente, (¡jopetas!), más chistes sobre vampiros en los libros de su padre.

19 de marzo de 2010

Pataleta

Neme pataleaba furioso siempre que le tocaba quedarse solo en casa. Era aburrido. La calle era ruidosa, (aún a medianoche las calles, siempre son ruidosas...) brillante, emocionante y había farolas y coches y escaparates y sangre. Sangre bombeada por corazones de adultos poco asustadizos, eso sí... pero sangre a fin de cuentas.
Además, esa semana estrenaban una peli de miedo en los cines y la gente era más propensa a gritar. A gritar. Y a asustarse.
Y mientras, ¡jopetas! a él le tocaba quedarse en casa... ¡Si es que no hay derecho, mamá! ¡Que no soy un bebé! ¡Tengo sed! ¡Estar solo en casa es aburrido y no, ¡jopetas!, no quiero leer un libro por enésima vez!
¡Tráeme al menos algo nuevo...!

12 de marzo de 2010

En el tintero...

Una cicatriz cerca del hombro izquierdo le bajaba por la espalda hasta su cadera derecha. Atravesaba el tatuaje de unas alas: las alas de Ícaro, la marca de los nacidos libres. Siervos, que no esclavos.
Ellos no habían nacido siervos, sino amos, pero habían pedido que se las tatuaran cuando vieron lo que se avecinaba. Porque lo vieron. Algo que su padre no supo o no quiso ver.
Bajo las vendas de los brazos también ocultaba varias cicatrices. Marcas de lucha y las marcas de los suicidas. Cuatro pares de cicatrices blanquecinas le cruzaban las muñecas, unas más inclinadas que otras, rozando incluso la verticalidad.
Las cubría no sólo por vergüenza. Nadie le creería y lo sabía: no se había producido esas marcas. Eran cicatrices de la tortura. Aunque sí, en ese tiempo... la muerte hubiese sido su aliada.

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He aquí un qué pudo ser... Un personaje en el tintero...

9 de marzo de 2010

Embaldosado ambarino

Observó las gotas de sangre caer sobre el embaldosado ambarino. Destacaban, oscuras y brillantes.  Casi negras. Y el ámbar del suelo las oscurecía aún más.
Respiró profundamente y casi pudo sentir su olor ferroso. Recorrió los labios con la lengua. Era un gesto mecánico.
Cerró los ojos, deleitándose en la imagen, en el perfume esquivo, en la sensación cálida que recorría la extensión de su pequeño cuerpo...
Cuando volvió a abrir los ojos, la imagen había cambiado. La protagonista rubia estaba hablando por teléfono. "¡Jopetas!" Neme, indignado, apagó la televisión y se asomó a la ventana.
Unas horas más tarde calmaba su sed en el joven que sus padres habían arrastrado hasta la casa para él. No hubo sangre en el embaldosado ambarino, por supuesto. Los suelos de la casa eran, en su mayoría, de tarima, y, por otro lado, Neme no estaba dispuesto a desperdiciar la más mínima gota, aún cuando ello significase prescindir de tan bella imagen...
Lentamente, recorrió con la lengua el cuello del joven y, con ella, recogió la última gota de su vida.
A fin de cuentas, esa también podía ser una bella imagen...