14 de marzo de 2012

Persiguiendo a Amy. 23.-Leonardo

Lázaro tenía razón. Les hacía falta un buen baño. No se sentía a gusto entre tanto lujo, tan sucio y desharrapado. Y el hecho de que ella no le quitara los ojos de encima no hacía sino hacerle sentir más sucio. Sucio, sucio, sucio. El polvo del camino cubría sus ropas y se mezclaba con su sudor. En una ojeada rápida, se encontró, incluso, manchas de sangre. Ni siquiera sabía si era sangre de salteadores o de algún pobre viajero.

-¿Me disculparéis, señora, si me retiro ahora? Estoy agotado y yo también necesito un baño. Como comprenderéis, de esta guisa estoy fuera de tono entre estas paredes. Y con suerte tal vez consiga algo de ropa. -Sabía que no tendría esa suerte. A no ser que consiguiera una camisa y unos calzones por... quince escudos y cinco denarios. -Además, el resto debe estar preguntándose por mi paradero. Volveré mañana. Espero poder volver a veros. -Y recibir su recompensa, por supuesto. O quizá recompensas... Todo era posible.

Leonardo se despidió de la moza en el salón con una reverencia y de la doncella que le cerró la puerta con un guiño. Luego se encaminó a la taberna más cercana. No vio a ninguno de sus compañeros, así que tuvo que pasear por un par más antes de hallarlos. No le importó. A pesar del frío, el sol lucía entre las nubes y le gustaba sentirlo sobre la cara. Era lo único que un noble nunca podría disfrutar como él, siempre cubiertos y guardándose del sol para mantener su blanca piel intacta... De modo que vagabundeó por las calles de Huesca, preguntando por la taberna más cercana a todo aquel que halló en el camino.

Al final dio con la que habían elegido sus compañeros. Había comido con buen vino, pero siempre venía bien una buena cerveza...

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