26 de marzo de 2012

Persiguiendo a Amy. 28.-Lázaro

Por lo visto Leonardo se había encaminado en su busca así que no tendría que preocuparse por él. Encontraría a los demás. Y deshacerse de la chica no había sido una gran empresa. La joven seguía intimidada en su presencia. Lo cual era lógico teniendo en cuenta que le había rasguñado la garganta con su puñal.

Se encaminó, pues, hasta el ayuntamiento. Encontrar a un joven dispuesto y pedir audiencia fue todo uno. Esperaron allí durante un largo tiempo hasta que les dieron entrada. El alcalde de la ciudad les esperaba rodeado de pliegos y libros.

-Pax vobiscum.

-¿Quiénes sois? ¿Qué deseais?

-Mi nombre es Lázaro, señor. Padre Lázaro. Vengo como representante de la Iglesia Aristotélica. Estoy en misión diplomática, debo entregar este mensaje al obispo de Zaragoza.

Le mostró la carta que había escrito apenas hacía unas horas, poniendo especial cuidado en que el sello resultara visible para el alcalde.

-¿A qué acudís, pues, a mí?

Lo escudriñaba escamado, obviamente. Iba vestido con sus ropas de siempre. Parecía un bribón. Qué propio.

-Señor... Bien veis que estos ropajes no se corresponden con mi rango. Habéis de saber que he sido asaltado en mi trayecto a vuestra ciudad. Se llevaron mi dinero y mis ropajes, aunque tuve la fortuna de salvar este preciado documento. Y de encontrar a este caballero -señaló a Hernán que permanecía firme a su vera -y a sus compañeros que tuvieron la bondad de acompañarme y escoltarme.

-Sigo sin ver qué tiene que ver eso con vuestra presencia aquí. No tengo tiempo para...

-Señor, he venido a solicitaros vuestra ayuda y vuestra clemencia. Como comprenderá, no puedo presentarme de esta guisa frente a mis superiores...

-Si queréis limosna, padre, id a buscarla a la Iglesia. Estamos en tiempo de guerra, hay carestía por todas partes, no puedo daros nada.

-Sin embargo...

La negociación aún duró un buen rato. El alcalde creyó su historia a pies juntillas, en eso habían triunfado. Y aunque bien es cierto que la carestía asolaba el lugar, finalmente el poder de persuasión del mayor de los Medina consiguió sacarle unas cuantas monedas y una recomendación para el monasterio más cercano. Era muy poco dinero, pero menos daba una piedra. A no ser que la piedra fuera bien encaminada a la cabeza de algún adinerado en el camino, claro está... Y tampoco podía pedir mucho más. En cuanto a los monjes... No pensaba volver a acercarse a un monasterio en mucho tiempo. Tal vez cuando se viera al borde de la muerte fuera un buen lugar para morir, pero por la misa que no tenía prisa... Aunque tal vez enviara a Leonardo a por un hábito...

-Que el Altísimo os guarde, señor. -Hizo un gesto de bendición antes de salir del despacho. -Buenas tardes.

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