2 de mayo de 2012

Persiguiendo a Amy 41.- Lázaro


Lázaro ya no sentía las manos ni los pies cuando Hernán salió del monasterio. Recogió el hábito y las monedas. No eran muchas. Estaba casi convencido de que Hernán se había guardado alguna para sí, pero no habían de ser muchas. Y, a fin de cuentas, si pretendía guardarlas todas, bien podría haber ido él...

-¿Nada más?

No sabía si fiarse, pero lo dejó correr. El dinero, sumado al del alcalde, era suficiente para que el grupo pasara la noche en la posada, desayuno incluido. Y aún tenían una recompensa pendiente por parte de la dama... La moza...

-¡Por la misa! ¡Hernán! No recordaste preguntar por Amelia, ¿verdad? Maldita sea... ¿Será posible que no hagamos nada al derecho?

Como si Aristóteles oyera sus palabras, al cruzar la esquina se encontraron con un trío de aragoneses que bien podían acabar de salir de un ejército por la cantidad de metal afilado que llevaban encima. Podrían ser todo el ejército.

Lázaro arrugó el ceño y se rascó la nuca. Aquello atufaba a problemas.

-Buenas noches, caballeros.

-Buenas noches, señores.

-¿Qué hacen unos extranjeros como ustedes tan lejos de casa?

¿Lejos de casa? Ni siquiera habían preguntado de dónde eran... Y Lázaro sabía que no tenían pinta de extranjeros. De desharrapados quizá...

-Tan solo estamos de paso...

-¿Y qué lleva vuesa merced tan bien oculto?

Lázaro miró el hatillo que llevaba en las manos. Aún a esa luz se veía que era un atado de ropa de mala calidad. Sin embargo, al levantar la vista pudo observar que la mirada del hombre no iba dirigida a él, sino al tipo alto que lo seguía. Retrocedió un paso sin separar los ojos de sus interlocutores, hasta ponerse a su altura para poder susurrarle.

-Por el Altísimo, Hernán, ¿qué diantres haces? Estamos en minoría, no creo que sea el momento de hacerse el interesante...

Su hombre mantenía la mano bajo la capa, sujetando algo que permanecía oculto a sus ojos.

-No oculto nada, señores... es que me duele una costilla... una herida de guerra, ya saben...

Los aragoneses dieron un paso al frente.

-Y hablando de guerras... ¿a vosotros no os he visto en el campo de batalla? Juraría haber cruzado mi espada con un tipo como vos...

-Sí, yo también creo haberlos visto en el bando contrario.

Lázaro se rascó la nuca de nuevo. Por todos los santos de este y el otro Reino. ¿Por qué la gente se empeñaba en recordar sus caras después de una batalla? Él solo tendía a recordar los golpes, las heridas, los gritos y la sangre...

-Lo dudo, señores. Soy siervo de la santa iglesia Aristotélica.

-Pues yo juraría por el báculo del papa que también lo he visto... Y al tipo alto también...

Los tres hombres acariciaban sus espadas. ¿Buscaban trifulca? Hacía un par de minutos, Lázaro se había arrepentido de no haberse puesto el hábito sobre su ropa. Ahora se alegraba de no haberlo hecho. Si querían gresca, la iban a tener.

-Espero que a tus armas no les moleste el frío, Hernán. Me parece que va a tocar bailar...

Y dejando caer el hábito a un lado, echó mano a la espada que ocultaba bajo la capa.

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