30 de abril de 2012

Persiguiendo a Amy 40.- Leonardo


Leonardo ocultó sus armas a la espalda, bajo la raída capa. No valía la pena asustar a los parroquianos más de lo necesario. Muy a regañadientes entregó las pocas monedas que le quedaban a Salvatore.

-Las he contado, Messere... espero que vuelvan todas. Les he cogido cariño, ya ves...

-La duda ofende, ragazzino, la duda ofende...

Se acercaron a una taberna y se apostaron a la puerta, apoyados a desgana contra la pared, Servando se adelantó y se mezcló entre los parroquianos, comentando partidas y ganancias, y alabando las virtudes del juego y de los naipes, aplaudiendo las grandezas de los dados. No tardaron en aparecer un par de hombres quienes, tras analizarlo desde cierta distancia con el rabillo del ojo, decidieron abordarle.

-¿Le gusta el juego, señor?

En apenas un par de guiños y un par de frases escogidas, los hombres dirigían al italiano por distintas callejuelas y callejones, mientras que, silenciosos como gatos, Leonardo y Conrado los seguían.

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