9 de mayo de 2012

Persiguiendo a Amy 44.- Servando


¿Qué leches hacía el ligón en una timba? Si él se pasaba las tardes en que él invertía delante de los naipes cantándole sensiblerías a las taberneras y poniéndole ojitos de cama a todo lo que llevara falda. Casi no se habían reído cuando aquel soldado caledonio le quiso cruzar la cara, entre el pelo largo y la faldita a cuadros el pobre Salvatore había perdido el norte por un momento. Pero claro, ahí había estado Servando para ponerse delante y evitar que le metieran el laúd por la glotis abajo y se pasara cagando cuerdas y astillas dos semanas, ¿y cómo se lo pagaba el cretino? Arruinándole la mejor partida en años. Cierto que ya había perdido unos doscientos escudos, y de esos doscientos no llevaba más que cincuenta en la bolsa, pero estaba seguro de que iba a remontar a los naipes.

Servan entendió a la perfección las señas del bardo, o casi, a la primera se creyó que estaba indicando que tenía duples y a la segunda que tenía juego, pero como no estaban dándole al mus se dio por enterado de que hiciera como si no lo conociera. El disimulo a él se le daba perfectamente, aunque sus sobacos y su calva no lo entendieran tan bien y empezaran a sudar, convirtiéndole en una mezcla entre Goliat y las cataratas Victoria.

El mano repartió las dos cartas de rigor para jugar al ramponeau, con los dedos como salchichas Servando agarró las suyas y sonrió al ver un as de corazones y un siete del mismo palo. No estaba mal, a ver esas tres primeras cartas. El croupier las volcó sobre la mesa y luego las giró. La primera fue un 3 de corazones, observó complacido el gigantón, aunque la segunda le desanimó un poco, un rey de diamantes. A la tercera esbozó otra vez su sonrisa bobalicona: una reina de corazones. Faltaba otro corazón en las dos siguientes cartas para conseguir color. El tipo a la derecha del mano habló y apostó veinte escudos. Servando fingió dudar, se rasco el cogote pero al final igualó la puja. El resto de jugadores menos el bardo se retiraron rezongando. Giraron entonces la siguiente carta y el calvo reprimió un grito de júbilo. Un dos de corazones. Ahora el otro apostaría más alto y él podría resubir, estaba todo hecho, una victoria fácil y gloriosa...

-¡Maldito, te he visto mirarme las cartas! ¡Tramposo!

¿¿¿Qué decía aquel chalado guaperas???? No podía hacer el idiota ahora. Ahora no, no con aquellas cartas en la mano. Había venido sólo a destrozarle la partida, se iba a enterar, ahora que iba a recuperar todo lo perdido. Con un rugido Servando se levantó, la cara y la calva rojas de rabia, metió una manaza debajo de la mesa y la volcó como una hoja de pergamino. Arremetió contra el bardo y le agarró de la garganta con una mano mientras cerraba la otra en un apretadísimo puño. Salva le miró aterrorizado, negó con la cabeza y señaló hacia la puerta con el dedo que antes le apuntaba a él. Los dados dejaron de rodar dentro de los sesos de Servando y el sonido de miles de naipes barajándose dejó de zumbarle en los oídos al comprender lo que pasaba.

Impresionantemente deprisa para alguien de su tamaño soltó al bardo y cambió el destinatario del paquete de nudillos. El tipo de su derecha, el de la cara de rata, se estrelló contra la pared con la nariz desparramada por la jeta y un par de dientes rodaron por el suelo. Lo siguiente fue encontrarse junto a Sal balanceando la maza por encima de sus cabezas y con los tahures gritando y desenvainando sus aceros.

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(Servando por James. ¡A ti también te queremos una jartá!)

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