11 de mayo de 2012

Persiguiendo a Amy 45.- Lázaro


-Que elijan ellos. No les vamos a hacer ese feo, ¿no?

Los hombres ya estaban desenvainando y se acercaban a ellos.

-Por cierto, Hernán... ¿A ti te suenan de algo? Caballeros... antes de atacar y ya que están tan convencidos de que estábamos en el otro ejército... ¿Pueden indicarnos en cual ejército? Solo por estar informado, vamos... Hemos estado en tantos...

Siempre que se ponía nervioso antes de luchar no podía evitar provocar a los contrincantes. Las florituras no se le daban bien. El de las clases de esgrima era Leonardo. Sacó la daga a hacer compañía a su espada.

-¿Y bien...?

No le dejaron seguir hablando. Los tres hombres cargaron contra ellos a una y enseguida todo fue caos. Cruzó su espada con un tipo ancho de hombros y cara morena. A su derecha, Hernán se batía con otro que apenas le llegaba a los hombros, y que perjuraba a cada embiste, mientras que el tercero, delgado y con un rostro que le recordaba a un caballo famélico, bailaba entre los dos, ora atacando a uno, ora aprovechando un descuido en la defensa del otro. Lo ponía nervioso. Más aún cuando una de las espadas enemigas le pasó rozando la oreja. El Altísimo los confundiera, ya estaba harto.

Paró otra acometida y tiró a fondo, a la desesperada. Fue un buen golpe, su adversario cayó, herido, pero el hombre de rostro equino aprovechó su parca defensa para clavar su acero en su muslo. Así se quemara en las más ardientes llamas del infierno. Así la próxima vez que conociera mujer, esta le contagiara las más terribles pústulas. Así recibiera el doble de acero que había brindado a sus enemigos.

Mientras desclavaba su arma del cuerpo del moreno, trazó un arco con su daga para apartar al otro. Miró a a Hernán de soslayo. Se las arreglaba bien, pese a luchar solo con una espada. La otra mano la mantenía aún bajo la capa.

-¿Se puede saber qué diantres haces? Voto a...


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