23 de abril de 2012

Persiguiendo a Amy 37.-Leonardo


Acompañó a las mujeres en silencio la mayor parte del camino. Podía notar los dedos crispados de la muchacha sobre su brazo. No se dignó en mirarla durante un buen trecho. No pensaba darle esa satisfacción.

Cuando al fin se volvió a ella pudo ver sus ojos brillantes a la escasa luz de las calles. ¿Estaba llorando? Leonardo sonrió. Le encantaba cómo esas criaturitas blandas eran capaces de pasar de un estado de ánimo a otro con tanta facilidad. En cierto modo despreciaba un poco a las mujeres, era una parte del carácter de Lázaro que había asumido como propia. La única mujer a la que realmente respetaba era a la revoltosa. Y llevaban la misma sangre.

Iban a  buen paso, de modo que pronto llegaron a la puerta del palacete del abogado.

-Aquí estamos, señoras. Vuestra casa...

Hizo una reverencia a la sirvienta, que miró dulcemente a Salvatore y rauda entró en la casa alejándose de su ama. María también intentó acercarse a la puerta, pero Leonardo la sujetó impidiéndoselo.

Le sujetó la barbilla y volvió a besarla, como quien besa a una niña, en una mejilla.

-Pasad una buena noche, mi niña. Mañana... Mañana volveremos a vernos, si vos lo deseáis. -Y si no, alguien le haría llegar la paga prometida como se llamaba Leonardo... -Soñad con cosas tan hermosas como vos... -No pudo evitar molestarla un poco más antes de partir. -Vuestra boda, por ejemplo...

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