1 de febrero de 2012

Persiguiendo a Amy. 6.-Lázaro

No sacaron las armas, pero no por ello dejaron de otear el horizonte, de mirar a lo lejos buscando una emboscada, el rastro de cualquier peligro o enemigo.
Pero al final solo era lo que parecía. Una cría con las ropas tan raídas como las suyas, cubierta de polvo y el rostro cansado, que empezó a parlotear de modo incansable.

-Vaya vaya… así que una dama… -Lázaro se rascó la nuca, analizando la situación

-Mira, así nos hace juego con el Señor Conde… -Uno de los hombres se echó a reír señalando a Leonardo, quien enseguida ejecutó una graciosa reverencia.

-Lo cierto, señora… -Lázaro llevaba demasiado tiempo entre estafadores como para creerse la historia de la muchacha, pero una oferta era una oferta. Si no lograban sacarle unos escudos, fuere como recompensa o vendiendo las carnes de la moza en el primer burdel del camino, por el Altísimo que dejaba de llamarse Lázaro Medina. –Como bien podéis ver, nosotros tampoco pasamos por nuestro mejor momento… El camino está lleno de salteadores y ni siquiera un grupo como el nuestro se ve libre de sufrir sus embates…

También podrían dejarla allí tirada. Que timara a otros… Pero el gesto mohíno de la zagala, acompañado de la dulce promesa del oro, le decidieron por escucharla. A fin de cuentas se dirigían a Huesca.

-Sin embargo… -El gesto se mudó en uno de ligero alivio y Lázaro sonrió. ¿La moza creía que los había engañado? ¿A ellos? –Si no teméis viajar con un grupo como el nuestro estaremos dispuestos a escoltaros hasta Huesca. No podemos ofreceros desayuno, apenas nuestra compañía, pero llegaremos en apenas unas horas y, con suerte, no tendremos que cruzarnos con ninguno de esos asaltantes que tanto detestáis.

Los hombres se rieron divertidos. Cruzarse con ellos, viajar con ellos… ¡Qué gran diferencia!

-Os presento a mis hombres, vuestros hombres, ahora, por lo visto… Este es Servando… Alejaos de sus dados… Ese joven alto es Hernán. Salvatore y Conrado.

Cada uno a su manera, saludaron a la muchacha. Servando le hizo un gesto con una mano mientras hacía girar un denario entre los dedos de la otra. Hernán inclinó la cabeza y Salvatore le dedicó una reverencia solo igualable en estilo por la de Leonardo. Conrado se limitó a mirarla con esa mirada de hielo y escarcha que le caracterizaba.

-Leonardo, a vuestros pies, señora.

-Y en cuanto a mí… Mi nombre es Lázaro. A vuestro servicio.

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