6 de febrero de 2012

Persiguiendo a Amy. 8.-Lázaro

Servando dejó de jugar con la moneda que llevaba en la mano derecha. No era buena señal, Servando sólo dejaba de jugar con las monedas cuando estaba a punto de matar, o cuando estaba a punto de perderlo todo. Salvatore y Hernán habían llevado la mano a las armas, y Conrado había retirado de su mirada unos cuantos grados, haciéndola aún más fría, volviendo la escarcha en amenazantes, agudos carámbanos. En cuanto a Lázaro, no sabía si la muchacha era demasiado valiente o demasiado inconsciente, pero si no hacía algo, tenía bien claro que acabaría siendo demasiado muerta. Y decidió que, el mejor modo de defenderla, era atacarle.

-¿Sabéis, señora, que haríais un bel cadáver? -Era el que estaba más cerca, así que no tuvo difícil ser el primero en llegar. Le apoyó la daga en la garganta. -¿Qué pensáis? ¿Estaría dispuesto a pagar vuestro padre por recibir al menos vuestros restos?

La joven intentó retroceder, pero Leonardo ya se había colocado a su espalda. La sujetó por los hombros y la acercó a su cuerpo, inmovilizándola y susurrándole al oído. Lázaro no pudo oírlo, pero sabía lo que le estaba diciendo. Conocía aquel juego.

-Pedídmelo, mi señora y haré que pare...

La mujer enrojeció y los hombres se rieron. Lázaro sonrió. Eso era bueno. Con suerte no tendría que matarla.

-Si por mí fuera, pasaría por alto esta ofensa... Me debo al Altísimo y éste no desea más que la paz...
Leo le sonrió desde detrás de la muchacha. Pasó uno de los brazos por delante de sus hombros, para inmovilizarla contra su cuerpo, y enredó sus largos dedos en la melena de la moza, sujetándole la cabeza. Le hablaba casi al oído, así que apenas alzaba la voz para hablarle. Fría y tranquilamente. Como cuando, fingiéndose noble, ordenaba un castigo.

-El Altísimo sabrá perdonaros, padre Lázaro. -Y volvió a susurrar a la muchacha. -Pedídmelo... o estáis muerta...

Leonardo había comprendido. Buen chico. Lo cierto es que llevaba un tiempo pensando en cómo presentarse en Huesca, y había llegado a la conclusión de que la historia de la nobleza de Leo no serviría, tal y como andaba la política. Pero un sacerdote siempre era una buena opción...

-No sé, hijo, no sé... De todas formas, señora, como veréis, estos hombres piden una compensación... Pedidles perdón y tal vez...tal vez no tenga que mataros.

Y completó la amenaza arañando su blanco cuello con la daga, dejando una ligera marca rojiza, arrancando una única gota de sangre de la muchacha.

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