24 de febrero de 2012

Persiguiendo a Amy. 15.-María de Quintana

- ¿De quién he oído yo hablar? - María se giró y su mirada se iluminó al ver al buen amigo de su padre en el umbral de la puerta. Sin poder contenerse, corrió a cobijarse en el abrazo protector del anciano, y se echó a llorar - Mi joven niña, ¿qué os ha pasado? - alzó la vista mientras intentaba calmar los convulsos sollozos de la joven y miró a Leo - ¿Quién sois vos, caballero? - le interrogó con mirada severa.

- No temáis, señor, pues este buen hombre sólo es una buena alma que me ayudó cuando yo más lo necesitaba... - y procedió a relatarle lo que había ocurrido mientras tomaban asiento. El viejo asentía con gesto preocupado a lo que la joven le contaba - Sé que disponéis de un fondo que mi padre os entregó. Pagaré a estos buenos hombres por su obra, y dispondré de él para mis gastos. Me han robado todo, mirad que hasta tuve que vestirme con las ropas de mi criada...

María se había relajado ante la presencia del abogado, que no le quitaba ojo de encima a Leonardo. Mientras conversaban, la joven con el rostro aun enrojecido por las lágrimas, no podía evitar mirar a Leo con admiración y respeto. Se lamentaba por haberse dejado ver ante él con aquel atuendo impropio de ella, pero se animó al pensar que después del baño compartiría con él una copiosa comida, vestida como toda una dama y haciendo gala de su exquisito gusto. Con una ligera reverencia, se retiró para prepararse, mientras los caballeros se dirigían al despacho del abogado para seguir charlando y efectuar los pagos correspondientes. Antes de salir de la habitación, María se giró y se dirigió a su invitado y salvador.

- Mi señor Leonardo, os ruego que no os marchéis sin antes haber compartido mesa con nosotros. Es lo mínimo que puedo hacer por vos, pues bien sabéis que gracias a vuestra generosidad y caballerosidad sigo viva. - repitió la reverencia dedicándole una seductora sonrisa y desapareció escaleras arriba.

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