A pesar de todo lo acontecido ese día, María no podía dormir. Estaba
cansada, pero aún demasiado agitada y nerviosa como para permanecer en la cama
dando vueltas. Se levantó sin hacer ruido, se vistió como pudo, pues no estaba
acostumbrada a hacerlo sin ayuda de su criada, se puso una gruesa capa de lana
y salió de la habitación con sigilo. La casa estaba oscura y en silencio, pero
la luna iluminaba sus pasos. Llegó a la puerta de las cocinas, que daba a un
pequeño patio, cruzó la verja y salió de allí.
En la calle hacía frío, tanto que María se quedó parada largo rato hasta acostumbrarse a la temperatura. Caminó sin rumbo, sintiendo el frío en su rostro. Necesitaba serenarse, calmarse, y olvidar la mirada dura y fría de Leo. El sonido de unos aceros chocando entre sí, la hizo dejar de lado sus pensamientos y prestar atención de dónde estaba. Se vió sola, en una calle oscura y apartada, perdida. Y ante sí, dos hombres luchaban, otro en guardia no les quitaba ojo, y dos más se retorcían en el suelo. Rezó por que no la hubieran visto, pero cuando se iba a girar para volver corriendo a casa, reconoció a uno de los hombres y su corazón se le encogió en el pecho.
- ¡Señor! - no se movió ni un centímetro, pero deseaba salir corriendo el dirección al hombre. No era capaz de reconocer los rostros de los otros cuatro hombres, pero temía que Leo estuviera allí y fuera uno de los heridos - Parad, os lo ruego.
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(María por Xie)
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