Llamaron a la puerta y se echaron a un lado. Si abrían, no los
pillarían delante. Tampoco los podrían ver bien.
-¿Santo y seña?
Leonardo miró a Conrado que se encogió de hombros. ¿Pero qué santo y seña ni que... ? El hombrecillo de la puerta se impacientaba, Leonardo podía sentirlo.
-¡Santo y seña!
Leonardo se encogió él también de hombros. Si había que entrar, había que entrar.
-¡Abran paso a la guardia!
Pudo notar el desconcierto del hombre del otro lado de la madera que cerraba la casucha. De todas formas no duró mucho.
-¿Qué estúpido truco pretenden? Por aquí la guardia...
Leonardo se quedó sin saber qué hacía la guardia por esos lares. Se oyó un estruendo apagado, allá dentro, y un juramento por parte del guardia. Lo oyeron alejarse de la puerta corriendo.
-Maldita sea su estampa... ¿Vamos?
Conrado asintió. Se alejaron unos pasos de la puerta y cargaron contra ella, los dos a una. La madera resonó con fuerza, pero apenas tembló. Dentro el ruido era mayor. Volvieron a embestir la puerta. Esta vez se combó un poco. Leonardo se frotó el hombro dolorido.
-Caerá como me llamo Leonardo Medina...
Y cayó. Al cuarto golpe, la puerta se soltó de sus goznes y Leonardo cayó con ella junto al comienzo de las escaleras. Ahora le llegaba mucho mejor el ruido de la lucha. Conrado ya bajaba los escalones. Se levantó y lo siguió, sacando la espada que había ocultado a su espalda.
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