20 de enero de 2012

Persiguiendo a Amy. 2.-Leonardo

-Quizá en la capital hayan oído algo de la revoltosa. Conociéndola, seguro que no ha podido evitar pasar por una gran ciudad.

Leonardo estaba harto de caminar campo a través, de dormir al raso y de evitar patrullas y salteadores. Él también tenía ganas de pasar por una ciudad grande. Se había acostumbrado enseguida a la buena vida allá en el norte de Francia, cuando se había hecho pasar por un noble castellano haciendo turismo. Le gustaban las camas blandas, las suaves sedas y los guisos especiados. Le gustaba no tener que madrugar por las mañanas, tener un baño caliente a su disposición a cualquier hora del día, el frufrú de las faldas de las sirvientas cuando recorrían los pasillos y la dorada laxitud que le permitía toda la recua de sirvientes que tenía a su disposición, dirigidos eficazmente por Lázaro, que había demostrado que, si se lo proponía, podía pasar por un jefe de guardia, ayuda de cámara y mayordomo perfecto. Nadie había desconfiado de tan distinguido caballero ni de sus acompañantes, y eso también le parecía magnífico: la sorprendente confianza que le habían demostrado los otros nobles, el pueblo, proporcionándoles ropa y alimentos a crédito sólo porque creían que era noble y no tendría problemas en pagar todo ello con creces…

Sí, Leonardo echaba de menos su fingido pasado noble, a pesar de que no había durado demasiado. La suma a deber crecía día a día y con ella, la confianza de sus acreedores disminuía. Y para colmo, la Revoltosa no soportaba tener que vivir de las mentiras y las artes escénicas del joven, se había cansado de fingir con ellos, y había decidido marcharse a la buena aventura sin contar con los dos muchachos.

Pero ninguno de los dos hermanos Medina pensaba pasarse sin ella. Sí, es cierto, tuvieron que dejar el lugar ocultos en la noche para evitar a los acreedores y a la pequeña turba que había decidido que llevar a un par de impostores a la hoguera podría ser un buen entretenimiento, pero principalmente habían empezado su viaje hacia el sur buscándola.

-Si hay casinos en Huesca, es mejor que te quedes fuera. Si te vuelven a desplumar, yo no te conozco.

-Ni yo…

-A mí no me mires, Servando, no seré yo quien te preste dinero esta vez…

Con las quejas de Servando como banda sonora, el grupo volvió al camino y enfiló hacia el sur. No iban a llegar a Huesca hasta el día siguiente y Leonardo maldijo entre dientes por tener que pasar otra noche bajo las estrellas.


-¿Y si en Huesca o en Zaragoza tampoco saben nada de la revoltosa? ¿Qué vamos a hacer? Nos dirigimos a Castilla directamente? ¿Volvemos a Francia?

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