8 de junio de 2012

Persiguiendo a Amy 56 .- Lázaro

Cuando llegaron a la taberna encontraron de nuevo sentados en la taberna. Volvían a ser solo dos, pero al menos Servando era uno de ellos.

-¿Salvatore y Leonardo? 

-El bardo dijo que no lo esperáramos despierto. -Servando se rió y se pasó la mano por la calva, luego miró a la joven de reojo. -Y tu her... digo... Leo agarró una francesa y se fue a la habitación a dormir con ella. -Señaló escaleras arriba. -Nos dieron dos, las dos del fondo. Está en la última.  

Lázaro miró de reojo a la moza. Había apretado los dientes y se le habían subido los colores a la cara. Imaginaba perfectamente a qué se refería el hombre, así que tiró del brazo de la zagala escaleras arriba, sin permitirle quejarse. Llegó a la puerta y entró sin llamar. 

Su hermano estaba allí, tumbado boca abajo en la cama, aún sujetando el cuello de la francesa. Una botella del vino francés al que tanto se había acostumbrado en sus épocas de falso noble. Alzó la mirada al ruido de la puerta. En un principio pareció sorprendido ante la mujer, pero enseguida sonrió cuando la reconoció. Maldita fuera su estampa. 

Lo vio sonreír y en lo primero en que pensó fue en partirle la cara. Conocía demasiado bien esa sonrisa y sabía que en la mayoría de los casos solo significaba una cosa: problemas.

Mostraba durante apenas un segundo esa dentadura perfecta que ni los años ni las peleas ni la mala vida habían logrado perjudicar, y luego juntaba los labios en ese gesto que retenía todas sus emociones en una media sonrisa pícara, retadora. Le hacía parecer un ángel encantador, lleno de vida, alegría y bondad a quien uno bien querría entregar alma y vida sin reservas… hasta que el brillo de sus ojos, esos cristales castaños que achinaba ligeramente al sonreír indicaban que, de ser un ángel, bien seguro era uno de aquellos que habían seguido al Maligno en su caída.

Y no era maldad lo que brillaba en sus ojos solo… solo eso. Problemas.

Su sonrisa te pedía el alma y ya había visto a muchas mujeres regalársela. Clamaba por tu vida y más de un hombre la había dejado a sus pies. Y él, sin reservas, cobraba sus rentas en el amor y con el acero sin dudarlo, sin reservas. Así el Altísimo lo confundiera. 

Pero esta vez no podía consentirlo. 

-Llévala a su casa. Y no quiero volver a verla. Aunque tengamos que renunciar a esa recompensa, voto a tal que los problemas que nos está buscando no la compensan. 

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