(María de Quintana)
Se echó a llorar como una magdalena ante aquella amenaza. Giró la cara para mirar al hombre que la sujetaba a su espalda, y con ojos suplicantes sollozó:
- No por favor, no quiero morir... - el llanto ahogaba sus palabras y su cuerpo temblaba - Lo siento, mi señor, siento haberos ofendido...a todos. Ni que decir tengo que seréis compensados por esto también cuando lleguemos...
Se secó las lágrimas con el dorso de las manos y permaneció inmóvil con la mirada en el suelo. No pudo ver el regocijo en los rostros de los hombres que la rodeaban.
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(Leonardo Medina)
-Vamos, padre Lázaro... ya ha pedido perdón... la indulgencia es una virtud...
Le habían bajado los humos a la muchacha. Eso estaba bien. Pero podría estar mejor... Podría... Leo le guiñó un ojo a su hermano.
-¿La dejamos estar, señores? La dama no está acostumbrada a hombres de vuestra ralea... No volverá a pasar, ¿verdad que no, querida?
Recalcó el posesivo, de modo que los hombres lo miraron con un rastro de furia. No le iban a atacar, a él no, y lo sabía. Pero la chica lo asimiló como una nueva amenaza y tembló entre sus brazos con un nuevo sollozo.
-Su su su, madame...
Lázaro bajó la daga e hizo un gesto a sus hombres.
-Muy bien... Lo dejaremos pasar... Pero queda bajo vuestra responsabilidad, Leonardo. La próxima vez, puede que no seamos tan pacientes...
Leonardo la abrazó para tranquilizarla.
-Tranquila, madame... Quedaos a mi lado, evitad disgustarles y llegaremos con bien a donde deseéis... No os preocupéis, yo os protejo.
Y separándola la tomó del brazo y retomó el camino hacia Huesca.
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