9 de marzo de 2010

Embaldosado ambarino

Observó las gotas de sangre caer sobre el embaldosado ambarino. Destacaban, oscuras y brillantes.  Casi negras. Y el ámbar del suelo las oscurecía aún más.
Respiró profundamente y casi pudo sentir su olor ferroso. Recorrió los labios con la lengua. Era un gesto mecánico.
Cerró los ojos, deleitándose en la imagen, en el perfume esquivo, en la sensación cálida que recorría la extensión de su pequeño cuerpo...
Cuando volvió a abrir los ojos, la imagen había cambiado. La protagonista rubia estaba hablando por teléfono. "¡Jopetas!" Neme, indignado, apagó la televisión y se asomó a la ventana.
Unas horas más tarde calmaba su sed en el joven que sus padres habían arrastrado hasta la casa para él. No hubo sangre en el embaldosado ambarino, por supuesto. Los suelos de la casa eran, en su mayoría, de tarima, y, por otro lado, Neme no estaba dispuesto a desperdiciar la más mínima gota, aún cuando ello significase prescindir de tan bella imagen...
Lentamente, recorrió con la lengua el cuello del joven y, con ella, recogió la última gota de su vida.
A fin de cuentas, esa también podía ser una bella imagen...

1 comentario:

Anonymous dijo...

¡Pobre Neme! Si en el fondo es un poeta... tsk...
kimuko